Era diciembre, finales de diciembre y caminaba alejándome de mi querido colegio con la camisa blanca fuera del pantalón, pintada con miles de ilusiones, cientos de firmas, muchos dibujos de compañeros que compartieron la etapa más pura de mi vida, cuando mi mano derecha había desarrollado en ejercicios diarios no muy santos en las cuatro paredes del baño.
No había cuadernos, ni uno, ni siquiera los del "Foco", o del "Sapito" o del desapercibido filósofo de la etérea Grecia, el Sr. Ulco. Siempre admiré el poder de concentración de dicho profesor, cuando elevaba su tenue voz en el interior del aula tratando de llevarnos al razonamiento lógico y filosófico.
Yo detenía el tiempo, y me dedicaba a mirar a todo el salón; sinceramente era un murmullo creciente y altisonante de todos los alumnos conversando Dios sabe de qué, idos, completamente alejados, impenetrables a las enseñanzas del pequeño profesor Ulco, que, estimo yo, en la pequeña enseñanza que su curso calo en mi, razoné que él continuaba dictando su cátedra, pese a que nadie, absolutamente nadie le prestaba atención, él continuaba, porque simplemente, tenía que ganarse su sueldo de alguna manera y ¡que mierda! esos señoritos del Claretiano, ¡que se jodan!.
Porque muchos años después, me enteré de que el profesor Ulco en la época en que nos enseñaba en quinto de media era, o posteriormente lo fue, Director del emblemático y centenario colegio San Juan y nosotros no lo supimos comprender ni valorar, y creo yo… ni recordar.
(MAGO)
No había cuadernos, ni uno, ni siquiera los del "Foco", o del "Sapito" o del desapercibido filósofo de la etérea Grecia, el Sr. Ulco. Siempre admiré el poder de concentración de dicho profesor, cuando elevaba su tenue voz en el interior del aula tratando de llevarnos al razonamiento lógico y filosófico.
Yo detenía el tiempo, y me dedicaba a mirar a todo el salón; sinceramente era un murmullo creciente y altisonante de todos los alumnos conversando Dios sabe de qué, idos, completamente alejados, impenetrables a las enseñanzas del pequeño profesor Ulco, que, estimo yo, en la pequeña enseñanza que su curso calo en mi, razoné que él continuaba dictando su cátedra, pese a que nadie, absolutamente nadie le prestaba atención, él continuaba, porque simplemente, tenía que ganarse su sueldo de alguna manera y ¡que mierda! esos señoritos del Claretiano, ¡que se jodan!.
Porque muchos años después, me enteré de que el profesor Ulco en la época en que nos enseñaba en quinto de media era, o posteriormente lo fue, Director del emblemático y centenario colegio San Juan y nosotros no lo supimos comprender ni valorar, y creo yo… ni recordar.
(MAGO)
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